Poole. Nada que ver. Un servicio religioso anglicano y una misa católica son como el día y la noche. Y lo digo con conocimiento de causa. Hoy he asistido por primera vez a uno anglicano entero, en la iglesia de St. James de Poole, donde el único que nos recibió bien fue un ayudante, quien nos entregó unos folios con las oraciones y cánticos del día.
Pero fue hasta divertido, porque no de otra manera puede calificarse la carrera de pancakes protagonizada por media docena de niños que recorrieron al galope, sartén en mano, toda la iglesia. Algunos cánticos sonaron muy bien, otros no tanto, y la voz tronante de la corpulenta reverenda inundó este templo del XIX que sustituyó al que durante muchos siglos recibió y despidió a miles de peregrinos rumbo a Compostela.
Hay una cosa en la que los servicios anglicanos ganan por goleada a las misas católicas: los primeros crean pueblo, las segundas son un mero rito cuya influencia social remata justo cuando el último asistente cruza la puerta de salida.